LIMA VIRREINAL

La ciudad de Lima fue fundada por el Marqués Francisco Pizarro el año de 1535 en un fértil paraje de la costa del Perú que era el resultado de una milenaria labor de canalizaciones realizada por el hombre peruano a lo largo de miles de años.

Desde su nacimiento, la ciudad recibe una fuerte carga religiosa y política: al ser decidida la elección del lugar de su fundación el día de la Epifanía, recibe la denominación de “Ciudad de los Reyes” con un doble significado: se invoca a los Reyes Magos como sus santos patrones, a la vez que es ciudad predilecta de sus majestades imperiales los Reyes de España. En su escudo nobiliario figuran tres coronas que simbolizan las de los reyes de oriente, y una estrella radiante, que no es otra que la de Belén; y es coronada por las iniciales de sus majestades el Emperador Carlos V y su madre la Reina Doña Juana de Castilla.

En los años siguientes a su fundación, la ciudad se cubre de privilegios y prebendas que confirman su original predestinación a la grandeza: en 1542 la ciudad es designada como capital del inmenso Virreinato del Perú, que ocuparía por casi trescientos años el territorio que hoy ocupan ocho repúblicas; en 1549, la sede episcopal de Lima es elevada a Metropolitana, siendo equiparada con la de Sevilla y con jurisdicción y preeminencia hasta las regiones de Centroamérica; ocupar el solio virreinal limeño constituía la máxima dignidad administrativa del imperio español, y muchos de sus gobernantes fueron promovidos desde México (Lohmann Villena).

Pocas ciudades en el mundo y desde luego ninguna en el Continente Americano, pueden ostentar los brotes de santidad que surgieron en ella y la convirtieron en adelantada de la cristiandad y promotora de la fe: la criolla Rosa de Santa María es canonizada como la primera santa del nuevo mundo, y patrona del Perú, América y las Filipinas; su segundo arzobispo Toribio de Mogrovejo, el misionero Francisco Solano y los legos dominicos Juan Masías y Martín de Porras completan el cuadro de santidad, no repetido en el imperio español, que llevan por el mundo de entonces la fama de una ciudad privilegiada en el universo católico.

Acorde con su rango y privilegios, Lima se cubre de majestuosos monumentos: su gran catedral es concluida en 1604, y casi todas las órdenes religiosas edifican en ella sus imponentes iglesias y conventos, la mayoría de los cuales perviven hasta nuestros días. Los monasterios de religiosas proliferan, equiparando en número a los existentes en Sevilla; y la arquitectura y las artes decorativas acuden a enriquecer de manera extraordinaria estos monumentos que eran expresión de su poderío y de su fe.

Durante los años coloniales, Lima se convierte en una corte en el más amplio sentido del término, y surgen una cultura, unas costumbres y una forma de vida acordes con su importancia. La Universidad de San Marcos de Lima, la más antigua de América, le otorga una dimensión académica continental. Los autos sacramentales y representaciones teatrales, la creación literaria y artística brotan como expresión suprema en esta ciudad que sabía vivir a la altura de su rango y privilegios.

En este contexto, entre las muchas expresiones colectivas de su cultura, surge desde los primeros años la celebración de la Semana Santa limeña, con una riqueza de imágenes y parafernalia que ha quedado registrada en fuentes gráficas y escritas, y nos describen el brillo y el majestuoso protocolo con el que esta ciudad conmemoraba estas fechas tan señaladas del orbe católico.

Actualmente, resurgen con renovado ímpetu y con matices propios de su evolución en el tiempo estas celebraciones de Semana Santa que se han convertido en una señalada expresión de la cultura viva y tradiciones de los limeños de hoy, que retomando sus artísticas imágenes conservadas es sus magníficos templos con amor y devoción y recuperando su esplendor y antiguo protocolo y parafernalia, constituyen uno de los acontecimientos de fe más importantes del continente, en el marco edificado del monumental Centro Histórico de Lima, reconocido como patrimonio de la Humanidad desde 1991.

Semana Santa en Lima de los Siglos XIX y XX

Con el advenimiento de la independencia, pocas cosas cambiaron en cuanto a las tradicionales costumbres religiosas virreinales. La Semana Santa siguió teniendo gran relevancia en el calendario religioso de Lima, aunque fue matizando e incorporando algunas costumbres. Las celebraciones incorporaban a todos los estratos sociales e institucionales de la naciente república, y ello se reflejaba en la participación de las bandas militares, de los dignatarios del gobierno, de la aristocracia y del pueblo llano.

Existen pintorescas descripciones, tanto literales como gráficas que recogen estas costumbres, destacando entre ellas la procesión del Domingo de Ramos, donde procesionaba una imagen de Cristo montada sobre un borrico criado especialmente en un convento monjil; la participación de las familias principales y de los miembros del gobierno de turno desde los balcones de la plaza mayor; la participación de diversos vendedores ambulantes y de diversas viandas propias de la cuaresma; el jueves Santo la visita de los monumentos, con masiva participación popular, en el cual rivalizaban el lujo de plata labrada y joyas de los monumentos eucarísticos de cada iglesia.

Todos los días de la Semana Santa se realizaban solemnes procesiones a cargo de cofradías, que también rivalizaban en el esplendor de los arreglos florales, iluminación de velas y lujo en el vestido de las sagradas imágenes. En la población de la ciudad, sobre todo el día Jueves y Viernes Santo, se percibía el dolor, el luto de la gran ciudad. Los caballeros lucían negras levitas y las señoras ostentaban negros vestidos y mantillas.

Al iniciarse el siglo XX pocas cosas cambiaron en este cuadro de costumbres, hasta la década de 1960. Las influencias culturales venidas del exterior y el afán por un equivocado sentido de la modernidad (que ocurrió en todo el mundo) hizo que la festividad de la Semana Santa, decayera poco a poco. Sin embargo, al promediar la década de los 90, y gracias a la iniciativa de varias instituciones y autoridades civiles y religiosas, las solemnidades de la celebración de la Semana Santa de Lima, han resucitado con renovado esplendor, recuperándose procesiones que se encontraban latentes y aun presentes en la memoria de los limeños.

Actualmente, podemos considerar que estas importantes celebraciones se encuentran recuperando gradualmente su antiguo esplendor, con riguroso apego a las fuentes gráficas y documentales, y retomando las artísticas y antiguas imágenes pasionales guardadas amorosamente en iglesias y conventos.

Fernando Tavera Vega
Abogado, magister en conservación del patrimonio.

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